jueves, 28 de marzo de 2013
JOSÉ MERINO DEL RÍO: UN QUIJOTE SIN MANCHA
César Zúñiga Ramírez*
La historia no ocurrió en un lugar de la Mancha, sino en nuestra pequeña Costa Rica, donde un verdadero Quijote sin mancha, Don José Merino del Río, nacido en la madre Patria igual que el ilustre Hidalgo, hizo su vida y su carrera política en nuestro país y dejó su huella indeleble en una sociedad que le recibió, que celebró su vida pública y que ahora llora su partida.
La pérdida de Don José, acontecida en estos días, ha conmocionado a todos los costarricenses. Las manifestaciones de pesar y el reconocimiento de políticos, académicos y ciudadanos vinculados con todos los colores ideológicos, reflejan la grandeza de un hombre humilde, férreamente anclado en sus convicciones, honesto por los cuatro lados y amante de la libertad y la justicia social. Con él muere, posiblemente, uno de los últimos grandes políticos de nuestro país; el político de las pasiones sociales profundas, pero el hombre respetado, admirado y honrado por todos. Porque Don José Merino fue, ante todo, un caballero, una persona de principios, que supo conjugar su activa vida política con el ser humano íntegro, completo y tenaz.
Tuve la oportunidad de conocer de cerca a Don José, como amigo y colega. Estudiamos juntos la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica, donde siempre fue admirado por sus compañeros y respetado por sus profesores. Para mí, era un deleite escuchar sus apreciaciones y analizar la profundidad de sus sentencias respecto de la realidad política, las teorías políticas y, en general, de los trazos analíticos de la ciencia que aprendíamos. Porque mientras yo era un muchacho, apenas salido de la adolescencia, Don José ya era un hombre consumado, un político diestro y un intelectual agudo.
En esas circunstancias, la mayoría que, como yo, vivíamos los tiempos mozos de nuestras vidas en el vaivén universitario, disfrutábamos la presencia intelectual de este Quijote y aprendíamos de su sabiduría y experiencia política, tanto en cuanto a la teoría como respecto de la praxis. No en balde, muchos compañeros intentaban frecuentemente hacer trabajos con Don José, quién siempre actuaba más como el maestro que como el compañero. Bajo esa tesitura, algunos muchachos y muchachas se aprovechaban, en el buen sentido, de la vocación desinteresada de este singular Hidalgo de las aulas universitarias, pues trabaja con ellos; pero, a diferencia del Quijote de Cervantes, siempre salía bien librado, con notas envidiables y comentarios de aprobación.
De las anécdotas que más recuerdo de Don José en las aulas de la universidad, sobresale la vez que estábamos en una clase discutiendo las rarezas y singularidades de la vida política costarricense, tan distinta y diferenciada de muchas de las experiencias latinoamericanas. Estábamos discutiendo sobre estos temas y el profesor, sin ninguna mala intención, desde luego, le preguntó a Don José sobre su parecer como “extranjero”, es decir, con la visión de alguien que podía ver desde “afuera”, sin tanta contaminación, la naturaleza cultural de nuestro sistema político. Cuando Don José respondió, lo primero que dijo fue algo así como “… en primer lugar, profesor, quiero señalarle que yo soy costarricense”… claro, con ese Castellano tan singular e inconfundible que recordaba la lengua de Cervantes. El profesor, muy apenado, se disculpó por el desaguisado y Don José, sin ningún dejo de ira o molestia, aceptó la disculpa y procedió a zanjar su punto de vista sobre la cuestión planteada.
Así era Don José Merino, un costarricense por convicción y unión sanguínea (con su familia) e ideológica, (con su padre político, Don Manuel Mora). Sin duda, nuestro Quijote sin mancha fue el heredero final de los grandes ilustres políticos que constituyeron, en una época histórica singular, el Partido Comunista de Costa Rica. El era un “comunista criollo”, como Don Manuel, de tal suerte que la dichosa adopción que hizo de nuestra pequeña nación, fue total y profunda.
Don José Merino era un caballero. Eso dicen todos, adentro y afuero de nuestro Parlamento. Mis convicciones académicas estaban muy lejos de las de él, pues yo era antimarxista –en un sentido teórico- y en las discusiones sobre teoría y pensamiento político, lo que más me apasiona de la Ciencia Política, Don José y yo tenías profundas y fuertes discusiones académicas en las aulas, cada uno defendiendo sus puntos de vista particulares; él con la agudeza de los años, y yo con el ímpetu de mi juventud. Pero al final de los acalorados debates, Don José y yo siempre manteníamos una relación de compañerismo, solidaridad y amistad que nunca presentó viso alguno de resentimiento o indisposición. Me lo encontré en muchas circunstancias: como compañeros de estudio, como funcionario legislativo cuando él fue diputado y como colega profesor en nuestra querida universidad; y siempre fue igual, íntegro, honesto y respetuoso. Este era Don José Merino del Río, un Quijote sin mancha cuyas locuras eran la pasión por la justicia social, la lucha por los más necesitados y la búsqueda de la justicia en un mundo lleno de contrastes y desafíos. ¡Hasta siempre Don José!
*Politólogo- UCR
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