jueves, 14 de marzo de 2013
Pese a haberse barajado numerosas teorías que vinculaban el asesinato con un complot externo organizado por la Policía secreta de Pinochet, el régimen segregacionista surafricano, la CIA, la extrema derecha o los traficantes de armas internacionales, la Policía sueca siempre se ha decantado por la pista de un «loco solitario». Durante estos 25 años, Chister Pettersson, un toxicómano y alcohólico que fue identificado por Lisbet Palme, ha sido el único sospechoso juzgado por un magnicidio del que se han autoinculpadado 130 personas.
Pettersson, que fue detenido en 1988, fue condenado y más tarde absuelto por el Supremo por falta de pruebas. No obstante, años después confesó a sus allegados que había confundido al primer ministro con un traficante de drogas que vestía ropa parecida.
Más allá de la culpabilidad o inocencia de Pettersson, muchos creen que detrás del autor material se esconde un autor intelectual del magnicidio que difícilmente saldrá a la luz. Balletbò apunta al tráfico internacional de armas como el detonante de su asesinato: «Suecia es un país neutral, pero exporta armamento. Cuando estaba en la oposición, Palme fue mediador de Naciones Unidas en la guerra Irak-Irán, y cuando regresó al poder en 1982 decidió que no se vendieran armas a ninguna de las partes». Esta teoría la corroboró el entonces secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, que con lágrimas en los ojos lamentó años después: «No tenía que haberle permitido que siguiera mediando en los temas de desarme cuando volvió al Gobierno».
Mientras su asesinato sigue inspirando a autores de novela negra y teóricos de la conspiración, Palme ya pertenece a un universo de mártires de la paz y la libertad, en el que le acompañan Isaac Rabin, Gandhi o Martin Luther King.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario